Quién dirá

Bastante diferente a la anterior, aunque parezcan, a primera vista, semejantes. Aquí no hay extrañeza, sino asombro o, en los casos más extremos, escándalo, indignación. ¿Quién se atreverá a decir tal cosa? ¿Habrá quien diga que…? ¿Habrá alguien tan retorcido, tramposo, mentiroso, infame, etc, etc… que diga que…? Sí, seguramente hay quién lo dirá, aunque parezca imposible, pues de todo tiene que haber en este asqueroso mundo. Es la premonición de la condena, como si se sintiese ya en el cogote el aliento del murmurador, una antigua jaculatoria de autodefensa (seguramente ancestral recurso oratorio), una maldición lanzada contra el futuro e inevitable censor de nuestros actos (quizá porque, por el hecho de intentar exculparnos, la culpa ya está instalada en nuestra conciencia).

Quién dirá que no hemos hecho todo lo posible por conseguir entradas de cine.

Naturalmente, todo esto, en su origen, y seguramente en su fondo, tiene que ver con el famoso y terrible concepto, tan español, de el qué dirán. Las temidas habladurías que todo lo juzgan porque todo lo observan, lo perciben, lo penetran, como el ojo de un Dios implacable y envidioso, invento de clérigos leguleyos y refraneros. El enemigo dentro de la cabeza.
También es recurso de poetas, como en “Baladilla de los tres ríos”, de García Lorca

¡Quién dirá que el agua lleva
un fuego fatuo de gritos!
¡Ay, amor

que se fue y no vino!

O en la antigua copla que comienza así (hay hasta doce, como las horas del reloj):

Quién dirá que no es una
la rueda de la fortuna

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