No hace mucho conocí a un tipo (un electricista que me hizo una instalación en casa) que no paraba de utilizar esta muletilla. Estuve observándole y me di cuenta de que, para no pillarse los dedos, jamás hacía una afirmación personal, propia. Siempre que se tocaba un tema mínimamente (muy mínimamente) serio, era un otro imaginario (un aquél, un fulano X) el que se atrevía a decir las cosas. Él se limitaba a convertirse en informador, en testigo imparcial, eso sí con bastante buena memoria, como aquel que dice. Me lo imagino de niño en el colegio: debía de ser un chivato, o mejor dicho, un acusica impenitente. Porque, por definición, él no era nunca. Siempre era otro.
Es triste no ser jamás el sujeto o protagonista de las propias opiniones, y adjudicárselas a un imaginario aquél, especie de espíritu próximo y manipulable, incapaz de protestar (que sepamos). Y todo por puro miedo a meter la pata en primera persona.
El sábado estábamos todos tan aburridos, como aquel que dice, que acabamos yéndonos al cine.
Como aquél que dice - Como el que dice
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